domingo, 2 de marzo de 2014

Mi gato Memo y el marketing

Memo llegó a mi un 9 de Mayo y se fue un 5 de Enero, trece años después. 

Ese gato fue, sin duda alguna, el mejor regalo que me han hecho nunca. 

Recuerdo el nerviosismo y las prisas de niña pequeña que tenía aquel día, aun sin saber qué era. Viniendo de mi hermana no tenía duda de que me encantaría. Y no me equivoqué. Estoy segura de que mi hermana había decidido qué comprar de acuerdo a alguna buena campaña de marketing Me dio una cesta envuelta con un bonito papel de regalo que rompí a toda prisa.

Cuando lo abrí, allí estaba mi gatito. Impolutamente níveo, con orejitas rosas y mirándome con sus ojos, uno azul y otro marrón. Maullaba mucho y muy bajito, por éso le llamamos Memo. Llevaba un enorme lazo azul. Creo que tardé minutos en saber si era real o era un peluche.

Desde aquel día, Memo, simplemente se quedó conmigo. Podría decir muchos momentos que recuedo haber pasado con él pero se resumen en que siempre, siempre estuvo ahí.

Todo el que tenga una mascota lo sabrá y, es que, aparte de mi gato se convirtió en parte de la familia. Todavía miro al sofá y veo donde le gustaba sentarse, abro el frigorífico y veo la leche que a veces me pedía por la mañana, me siento a estudiar y recuerdo cómo le gustaba tumbarse justo encima de mis apuntes. Incluso aún veo pelos blancos suyos en alguna camiseta.

Y es que Memo tenía, como todos tenemos, su propia forma de ser. Y de todas sus cosas y sus costumbres no puedo evitar recalcar que cada vez que yo lloraba, él aparecía a mi lado y se sentaba paciente. Haciendo como que no pasaba nada y mirando al infinito. Pero allí estaba, conmigo.

Han pasado meses pero sigo oyéndole maullar para que le deje entrar en casa. Subo las escaleras y parece que va a estar ahí mirándome. Abro la puerta y tengo que reprimir un grito llamándole. Han pasado meses y todos, todos los días le echo de menos. Todos.

De entre todas las cosas que tenía bonitas, yo busqué la mejor, y que nadie más supo ver. Su patita. Memo tenía la patita rosa y blandita, era una patita perfecta, la ás bonita del mundo. Tenía un olor que no se describir y que no he vuelto a oler. Era distinto, y era suyo. He besado esa pata más de lo que puedo recordar.

Si en algo tuve suerte es que cuando Memo empezó a ponerse malito, se hizo muy evidente y pude aprovechar y exprimir aún más cada momento que pasaba con él. Supe, aquella noche, que sería la última que pasaría con él y no le solté, le cogí en brazos, me tumbé con él en la cama y le acaricié y susurré que descansara, que durmiese. Memo ya estaba sufriendo y se notaba que se apagaba como una velita. Pasé esas últimas horas besando su pata y oliendola todo lo que pude, intentando memorizar todo.

Dicen, y parece ser que es verdad, que todos morimos sólos. Pese a que luché por no dormirme, en algún momento debí hacerlo y él se escapó para morir solo, justo lo que yo quería evitar. Me despertaron los gritos de mi madre y cuando bajé, ya había pasado.

Era la primera vez que yo veía un animal muerto, y no sentí nada de lo que creía que iba a sentir. Lejos de asco, me agarré a él todo el tiempo que pude. Parecía que estaba dormido. Decidí ser yo la que lo enterrase, y dentro de donde podía elegir escogí un sitio que me trae buenos recuerdos. 

Fue Romeo quien me ayudó a enterrarle, él cavó mientras yo le abrazaba. Juro que si Romeo no me lo hubiera quitado de los brazos, no habría sido capaz de soltarle nunca. Echarle a mi gato arena encima ha sido de las cosas más duras que he hecho, me siento incluso culpable.

Desde mi balcón puedo ver el sitio donde descansa Memito. Y muchas muchas noches es a él a quien me asomo a ver. 

Porque cuando mi gato se fue, se fue con él toda mi infancia. Memo se llevó trece años de mi niñez y me hizo despertar. Marcó, sin duda, el principio de otra etapa.

Mi madre no lo dice, y yo tampoco lo digo. Pero se que las dos vamos a verle a menudo. Corro en cuanto puedo a ese sitio al lado del río donde decidí dejarle. Y cuando no puedo ir, cierro los ojos y me imagino allí con él, encima de la tierra llorando. Porque se que Memo estaría conmigo si me viera llorar.

A medidados de Julio, parecen muchos más días de los que son los que hace ya que perdí a mi miau, pero se, y lo se a ciencia cierta que, volveré a cerrar los ojos y a imaginarme con él cada vez que me sienta perdida. Sentirme tumbada con él, llorando, reconforta a la niña que se fue con él.

No se si lloro por hablar de él, o si he decidido hablar de él porque lloro. Sólo se que Memo se merecía una entrada así, y que duele demasiado pensar que se ha ido. Me encantaría volver a abrazarle unos minutos y llorar con él, como hacíamos antes.

Mi gato blanco es demasiado importante para mi, incluso se que se merecería una foto. Por eso desde que empecé a escribir este blog hasta el día que decida terminarlo, ésta será una de las entradas más importantes sin duda para mi.

A ese ojo azul, a ese ojo marrón. A sus ojos, a él, a mi gato. A mi amigo, a su compañia eterna y silenciosa. A esos trece años, a todo ello, lo echo de menos. Lloraré por él otros trece, como poco.

Desde un lugar de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme, esta noche necesitaría a Memo conmigo.

martes, 25 de febrero de 2014

Azul

Azul, como el mar

Hace ya muchos años que conocí a aquel chico, que tenia fibrosis pulmonar. No creo que yo tuviera más de quince. Él tenía tres más. Era arrebatadoramente guapo. Y lo sigue siendo.

Es una de esas historias que nunca he contando a nadie y que, sin saber cómo, he conseguido llevar en secreto a través de los años. Uno de los pocos secretos que he conseguido guardar conmigo.

También es uno de esos cuentos que suceden en un tiempo que no es el correcto. Por eso siempre seguirá siendo un cuento. Porque nunca llegó a pasar.

Tenia los ojos azules, los únicos ojos azules de los que me he enamorado, y pecas en la nariz. No medía mucho más que yo, pero su altura era perfecta tener que levantar la cabeza al besarle. Vestía como ninguno, y a veces surgía la magia entre nosotros. Fueron pocas las veces que hicimos el amor, pero de las mejores. Puede que fuera porque esas chispas sólo saltaban a veces, y lo hacían con fuerza. O puede que porque nadie lo supiera.

Se que mis amigas sospechaban, pero a base de largas, conseguí disuardilas, yo a las mías y él a los suyos. Fueron muchos, muchos años los que quedamos a escondidas, primero en nuestro pueblo, y luego en Madrid. En la gran ciudad escogimos una calle cerca de su casa por la que sólo pasaban coches. Alli corría cada vez que pasaba algo. A encontrarme con él. Ahora caigo en la cuenta de que hace casi un par de años que no paso por esa calle, y de que si quiera se el nombre. Era fría y gris, y no habia ni bancos.

Amé sus ojos azules, pero sólo a veces. Se que él me quiso de una de las mejores formas que me han querido. Pero sólo pude corresponderle a veces. Mi vida avanzó, con él a lado, con su presencia latente y a veces patente. Pero nuestra historia juntos siempre fue una historia de fondo. No supimos ser protagonistas.

No sabría decir por qué no pude quererle, por qué aunque le necesitaba, no era capaz de renunciar a los demás por él. Quise amarle todos los días, y no supe.

La tarde que decidió alejarse de mi, no tuve más remedio que aceptarlo. Sabía que le estaba haciendo daño, y lo mejor para él era empezar de cero, sin mi. Lo que a mi me bastaba, a él le sabía a poco.

Me despedí de él con un poema, y su contestación, aquella canción, fueron las palabras más bonitas que me han dicho nunca. Ante una despedida así, no podré nunca dejar de recordarle.

"No tiraré de reproches, me basta con un adiós
se me atragantan tus noches, tus días aún peor.
Quién es Caín? Quién es Abel?
Quién a jodido este Abril
En tus ojos mil tormentas, los mios no quieren abrir.

Ya ves, cojo mi mala cara y me voy de aquí
no sé las veces que me reinvente
Dormir se antoja muy díficil si es sin ti
No sólo respirar es vivir

Vete apurando el mal trago, la espesa conversacion
ya está todo gritado, mejor pa'el corazón
y que lo cure los años, que lo alivie otros labios
será mejor pa'ti, que desangrarnos

Y he vuelto a ser el idiota, que llama de madrugada
para colgar sin decir nada, a esas horas no hay palabras
Y te maldigo en mis canciones, porque no me atrevo a la cara
y voy barriendo los rincones, de mi alma"


Pese a estos dos años, aún le echo de menos. Se me atragantan muchas noches, y muchos más días. A veces desearía marcar su número y volver corriendo a aquella calle, al lado de su portal y decirle que baje. A veces vuelvo a sentirme culpable por no haber sentido lo mismo que él. A veces me siento mal por haberle manteniendo tantos años en secreto. Pero, sobretodo, a veces pienso que siempre le querré.

Mentí a todo el mundo, fue difícil negarle, no contar nada de lo que pasaba. Cuando no podía más, contaba su historia pero poniéndole el nombre de otro. Siempre lo oculté, siempre mentí con respecto a él. Si quiera mi círculo cercano a la larga supo que manteníamos una "amistad". Convencí a todos de que yo no conocía a esa persona. Le guardé sólo para mi.

Desde entonces le he visto un par de veces, y de lejos. Me quedé símplemente mirándole, mirando aquel color azul. Ninguno de los dos pudo si quiera hacer un gesto con la cabeza. Ninguno de los dos volvió a marcar el número del otro. Desde entonces, definitivamente, dejamos de ser historia paralela para ser auténticos "desconocidos".

No hay despedias bonitas, pero ésta fue la mejor que me han regalado.

A esos ojos azules, grises cuando se ponian tristes, los amaré de una forma o de otra toda mi vida. Y siento todas las veces que por no sentir, los hice llorar.

Desde un lugar de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme. 

lunes, 24 de febrero de 2014

Borrachos


Es una batalla, la eterna batalla en que la cabeza gana al corazón. De repente un día te despiertas y decides que lo que piensas es más importante que lo que sientes, y empiezas a cerrar puertas. Subestimamos la fuerza de lo que siente el corazón, pensando que la cabeza siempre ganará.

Pero como he dicho tantas veces, somos animales de instintos muy bajos, y no hay nada más ancestral que los sentimientos. No entiendo por qué nos pasamos la vida luchando contra ellos.

Decides pues, que importa más la cordura. Grave error. Creo que es más fácil vivir feliz siendo loco que ignorando lo que sentimos. La madurez a veces no es mas que un camino hacia el dolor. Dolor absurdo y gratuito que no vale para nada.

Pones ladrillos delante de la bomba que impulsa sangre a todo tu cuerpo, la entierras, intentas que la cabeza no la oiga. Lástima que esos ladrillos no tengan cemento y que, en cuanto sopla un poco el viento, caigan.

Ese viento, se llama alcohol. Y su mejor aliado suele ser un móvil. Es una mezcla explosiva donde sucede todo a la vez, sopla el viento, se derrumba el edificio y tienes medios para comunicarte. En ese momento, hay una milésima de segundo en que tu cabeza te susurra " no lo hagas, mañana te arrepentirás". Pero la ignoras porque contestas con firmeza " quiero caer, quiero equivocarme".

Por qué entonces nos arrepentimos de ser sinceros. Debe ser que decir verdades sale muy caro, aunque no creo que a la larga salga más caro que vivir fingiendo que no sentimos nada.

Apagas el teléfono, lo dejas en casa, se lo das a tus amigas, o se lo quitas a ellas. Intentando evitar ¿el qué?. Que digamos la verdad, que perdamos ese absurdo orgullo. El fallo no es caer, es despertarte y arrepentirte. Es no dejar que esos ladrillos caigan de día, cuando brilla el sol y estamos sobrios. Por alguna exraña razón, nos sentimos mejor fingiendo que no pasa nada. Fingiendo incluso con nosotros mismos.

A veces es todo muy absurdo, muy complicado. Vivimos todos bajo las mismas normas, bajo las mismas tentaciones y los mismos miedos. Hemos aprendido a vivir con una metodología no escrita pero universal que nos encierra a veces en mentiras.

G tomó atihistamínicos para dormir. Julieta tomó "dormidinas". Ambos perdieron el sueño, y sólo supieron recurrir a pastillas. Mezclado con alcohol, sale este desastre.El ser humano, yo, podemos llegar a ser muy poco inteligentes.

No lo haré, porque ya no tengo fuerzas para hacerlo pero, si tuviera un teléfono, estaría encantada de meter la pata esta noche, y ya vería mañana si merecería la pena arrepentirse o sentirse libre por dejar salir lo que está encerrado dentro.

Me da pavor ver, por primera vez en mi vida, cómo se cierra una puerta para siempre. Pero más miedo me da aún pensar, que hace mucho que se cerró.

Desde un lugar de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme.

Julieta

miércoles, 25 de julio de 2012

A ella también

Esta noche tengo unas ganas terribles de llorar, y no me apetece nada reprimirlas. Se que es un lujo muy caro del que hace tiempo que me alejé, pero al menos hoy, necesito caer.

Llevo mucho tiempo pensando en ésto, y aún hoy me ronda la cabeza.

Exclusividad. La buscamos en todos los aspectos de nuestra vida. Desde la ropa que llevamos hasta en las relaciones que tenemos. Pero hay un abismo de diferencia según el aspecto en que queramos ese adjetivo y es que, con el tiempo asumes y aceptas que ese abrigo de Zara que tanto te gusta lo llevan cincuenta chicas más con las que te cruzas, y al final no te importa que no sea sólo tuyo. Aceptas que lo tienen muchas más.

Asumimos, porque somos realistas, que la exclusividad es un precio casi imposible de pagar, y con ello aprendemos a vivir para no volvernos locos. Pero no siempre es tan fácil conseguirlo en el terreno amoroso.

Ser la primera, a la que más ha querido, a la única que ha deseado, a la única que ha echado de menos. Una lista interminable de cosas en las que desearíamos ser únicas. Primeras y últimas. Es un sentimiento egoísta y primitivo que la mayoría de veces no podemos evitar.

Pero no es así, al menos no a partir de cierta edad. No nos hemos caído de un guindo, no acabamos de nacer cuando conocemos a alguien. Y todos nosotros tenemos un pasado. El pasado de nuestra pareja, suele doler. Duele como duelen las verdades. Pero más duelen las mentiras.

Y es que, a ella también la quiso. A ella también la amó y también la abrazó como a mi. A ella también la echó de menos y dedicó su tiempo y su risa. También la besó. También TODO. No se puede ser única en esas cosas tan especiales. Cuando aceptas esa realidad, que a veces parece que nunca dejará de doler, te das cuenta de que como mucho, a lo mejor llegaste a ser única, pero sólo en los pequeños detalles.

Lo que te hizo especial fue la comida que te gusta, los canales de TV que ves, la pinza tan fea que te pones en el pelo cuando estudias o tus miedos y tus manías. Al final son todas estupideces las que puede, y sólo puede, que algún día le recuerden a ti.

Pero da igual, porque a ella también la quiso, como te quiso a ti, como me quiso a mi. Llega un punto que pensar " a mi me quiso más" es consuelo para tontos, es entrar en medir el amor en una escala que no existe. Simplemente, la quiso como a mi. Cuánto más, cuánto menos, no importa.

No quiero consolarme más con absurdas teorías de si dejé más huella, de que a lo mejor me recordará más a mi. He asumido que al terminar, mi nombre cayó en un saco donde se mezcló con otros nombres, otras historias y otras vidas. Y así fue como Julieta, pasó a ser un nombre más en una lista.

Lo sé, sé que yo también quise a otros, sé que tengo mi propio saco y mi propia lista. Y éso me parece aún más feo. Pedir una exclusividad, necesitar algo que si quiera yo puedo ofrecer.

Pero es así, llega un punto cuando te alejas de la otra persona en que todos nos convertimos en recuerdos. En pasado. Ahora mismo se que soy pasado, se que no soy más que un número. Y duele y me destroza, aunque no quede ya más remedio que madurar y asumirlo, hasta que deje de doler.

Soy tan estúpida, que hubo momentos en los que llegué a creerme exclusiva. Ahora pienso que lo único que lo es era terminar nuestros días juntos.

Absurdo, ahora soy una más.

Desde un lugar de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme, asumo que no soy la única Julieta.

domingo, 23 de febrero de 2014

A ella también

A ella también

Esta noche tengo unas ganas terribles de llorar, y no me apetece nada reprimirlas. Se que es un lujo muy caro del que hace tiempo que me alejé, pero al menos hoy, necesito caer.

Llevo mucho tiempo pensando en esto, y aún hoy me ronda la cabeza.

Exclusividad. La buscamos en todos los aspectos de nuestra vida. Desde la ropa que llevamos hasta en las relaciones que tenemos. Pero hay un abismo de diferencia según el aspecto en que queramos ese adjetivo y es que, con el tiempo asumes y aceptas que ese abrigo de Zara que tanto te gusta lo llevan cincuenta chicas más con las que te cruzas, y al final no te importa que no sea sólo tuyo. Aceptas que lo tienen muchas más.

Asumimos, porque somos realistas, que la exclusividad es un precio casi imposible de pagar, y con ello aprendemos a vivir para no volvernos locos. Pero no siempre es tan fácil conseguirlo en el terreno amoroso.

Ser la primera, a la que más ha querido, a la única que ha deseado, a la única que ha echado de menos. Una lista interminable de cosas en las que desearíamos ser únicas. Primeras y últimas. Es un sentimiento egoísta y primitivo que la mayoría de veces no podemos evitar.

Pero no es así, al menos no a partir de cierta edad. No nos hemos caído de un guindo, no acabamos de nacer cuando conocemos a alguien. Y todos nosotros tenemos un pasado. El pasado de nuestra pareja, suele doler. Duele como duelen las verdades. Pero más duelen las mentiras.

Y es que, a ella también la quiso. A ella también la amó y también la abrazó como a mi. A ella también la echó de menos y dedicó su tiempo y su risa. También la besó. También TODO. No se puede ser única en esas cosas tan especiales. Cuando aceptas esa realidad, que a veces parece que nunca dejará de doler, te das cuenta de que como mucho, a lo mejor llegaste a ser única, pero sólo en los pequeños detalles.

Lo que te hizo especial fue la comida que te gusta, los canales de TV que ves, la pinza tan fea que te pones en el pelo cuando estudias o tus miedos y tus manías. Al final son todas estupideces las que puede, y sólo puede, que algún día le recuerden a ti.

Pero da igual, porque a ella también la quiso, como te quiso a ti, como me quiso a mi. Llega un punto que pensar " a mi me quiso más" es consuelo para tontos, es entrar en medir el amor en una escala que no existe. Simplemente, la quiso como a mi. Cuánto más, cuánto menos, no importa.

No quiero consolarme más con absurdas teorías de si dejé más huella, de que a lo mejor me recordará más a mi. He asumido que al terminar, mi nombre cayó en un saco donde se mezcló con otros nombres, otras historias y otras vidas. Y así fue como Julieta, pasó a ser un nombre más en una lista.

Lo sé, sé que yo también quise a otros, sé que tengo mi propio saco y mi propia lista. Y éso me parece aún más feo. Pedir una exclusividad, necesitar algo que si quiera yo puedo ofrecer.

Pero es así, llega un punto cuando te alejas de la otra persona en que todos nos convertimos en recuerdos. En pasado. Ahora mismo se que soy pasado, se que no soy más que un número. Y duele y me destroza, aunque no quede ya más remedio que madurar y asumirlo, hasta que deje de doler.

Soy tan estúpida, que hubo momentos en los que llegué a creerme exclusiva. Ahora pienso que lo único que lo es era terminar nuestros días juntos.

Absurdo, ahora soy una más.

Desde un lugar de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme, asumo que no soy la única Julieta.